En el verano de 2013 me acerqué a Sanlúcar de Barrameda para ver el segundo ciclo de las carreras de caballos sobre la playa, del
15 al 17 de agosto.
Cada día se disputan cuatro carreras. La de mayor belleza es, sin duda, la última, que empieza a las nueve de la noche.
En ese momento, la luz es muy buena. Ya cuando los jinetes se desplazan de una punta a
otra de la playa el ambiente dorado del atardecer proporciona unas escenas muy plásticas.
Las carreras tienen la salida de la playa Bajo de Guía y la meta en la playa de La Pileta. Los espectadores siempre ven llegar a los participantes desde la izquierda y la carrera desde la derecha.
La mayoría del público se concentra en la playa y unos
pocos pagan por acceder a tribunas que se colocan en la zona de meta. Aquí, las carreras sirven también como excusa para celebrar fiestas de sociedad después de la competición. Por la mañana, los barrenderos recogen los restos del botellón que se celebra en las inmediaciones,
Durante toda la tarde, recorren la playa vendedores de refrescos y otros tipos de alimentos.
Cuando los caballos esperan el momento de la salida, numerosos curiosos se acercan a verlos de cerca.
Cuando la pista se despeja, los competidores se desplazan hacia la línea de salida entre la expectación de la gente, que tiene que mantenerse detrás de la línea marcada por la
autoridad.
Cuando se va a dar la salida, la expectación es máxima entre todo el público. Los mayores y los pequeños...
En los largos intervalos entre carrera y carrera, aquello es simplemente un día de playa, con gente entrando y saliendo del agua y muchas familias que colocan en la arena verdaderos vivacs para pasar el día.
Una costumbre muy extendida es la de las apuestas de los niños. Los chiquillos instalan casetas de cartón y abren una casa de apuestas con dinero de verdad. Ganará quien acierte qué caballo ha pasado primero por la raya que dibuja en la arena el dueño de la timba.
Toda la familia participa de la iniciativa y hay casetas de apuestas de todos los tipos. Muy trabajadas y muy sencillas. Al terminar la jornada, se produce el desfile
de chicos y adultos trasladando el atrezzo de regreso a casa.
La costumbre forma parte de las carreras tanto como las propias competiciones. Los medios de comunicación locales se hacen eco de ello y uno piensa cuánto
tardará algún gobierno en encontrar algo ilegal en ello.
Como en tantos otros lugares, los niños son quienes mejor lo pasan, sobre todo en los cajones desde donde salen los caballos. El ingenio se convierte en un juguete que nunca se cansan de explorar.
Personajes omnipresentes son los guardias civiles. A caballo, en quad o andando, son los que se encargan de ordenar los tiempos. Los jinetes son requeridos muchas veces por niños y no niños para poder acariciar a las monturas y fotografiarse con ellas.veces por niños y no niños para poder acariciar a las monturas y fotografiarse con ellas. A muchos se les ve felices de desempeñar un papel tan amable.
También son conspicuos los fotógrafos. Casi cada espectador es un fotógrafo con su móvil y su point and shot. Algunos otros llevan réflex y tienen pretensiones más altas, como ganar el premio que patrocina La Caixa.