Publicada el 4 de diciembre de 2009 en
El Día de Cuenca y otros, supongo.
Cada día que pasa me gusta más leer el
periódico y menos ver la televisión o escuchar la radio. La razón es bien simple: cuando tengo el periódico en las manos leo lo que me viene en gana y cuando conecto la televisión o la radio
me obligan a escuchar el último pedo que se han tirado Messi o Ronaldo. No es verdad que uno pueda cambiar de emisora, porque allá donde mande uno el dial o el tedeté escuchará cualquier cosa
que tenga que ver con el fútbol: lo que pasó, lo que está pasando o lo que pasará, en formato de noticiario, de sección de cualquier otro programa o de promesa requeterrepetida de
retransmisión. Las empresas audiovisuales compiten por dedicarle más y más tiempo, ignoran los acontecimientos que sus medios no dan en directo, subrayan como noticia que han captado
(cooptado) la atención de millones, pastelean, en fin, con la realidad. La información no está sólo en el resultado de un partido sino en los entrenamientos, en los autobuses donde viajan los
jugadores, en los hoteles donde se alojan y ahora ya en las calles de las ciudades de donde son los equipos que ganan cualquier fin de semana, que se llenan de espontáneos destrozalotodo por
la única razón de que ahí están las televisiones para filmarlos. Curiosamente, esta vorágine de información aparente contiene cada vez menos información y más opinión, desde el «sí bueno no»
de los peloteros más lenguaraces hasta el modo en que catorce comentaristas, locutores y ex-cualquier-cosa metidos a expertos en ciencias futbolísticas, hacen tesis doctorales con el partido
mientras se olvidan de contarlo y el oyente se entera del gol por el aboroto de los micrófonos de ambiente. Denme la prensa, por favor, y quédense lejos radios y
televisiones.
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